sábado, 25 de agosto de 2007
Experimento
Como el que quiere escribir y nunca encuentra un argumento
seguramente empezó a pensar
en qué parte de la mente se acumulan las historias
cuando lo que debía preguntarse
era cuándo o por qué perdía el interés por todo
es cierto que el deseo es eso, lo que no puede ser consumado
etapas de la vida le sonaba a vejez
así como sublimar, escribir porque sos tan cobarde
que no vas a ir por la vida cometiendo acciones brillantes
que ya por otra parte pasaron de moda
los personajes no deberían cometer actos ajenos a esta premisa
serían laxos, agónicos sin grito, bonitos y alargados
sus historias serían fatuas, sin carne,
nadie las recordaría
como esos chismes de los que no podemos recordar detalle
ni quien nos contó qué
habría entonces un alarde del lenguaje
la forma de demostrar los años académicos
la superioridad
la fineza de las construcciones
la aspereza para criticar entre líneas
así es tu época: gris sin pastillas
debés tomar tu dosis para sobrevivir aunque
los únicos sobresaltos sean las manifestaciones con menos personas
que policias,
te asomás por la ventana de la oficina y los ves
luchando
por algo.
miércoles, 22 de agosto de 2007
Desocupados
sábado, 18 de agosto de 2007
Engaño
sábado, 11 de agosto de 2007
martes, 7 de agosto de 2007
Juan L. Ortiz: el discreto encanto de la escritura
Los poetas se debaten entre por lo menos, dos posiblidades: contar los acontecimientos (con lo que no coincidía Drummon de Andrade) algo fomentado magistralmente por la poesía norteamericana; expresar los sentimientos (elijan el ejemplo, hay muchos). Lo que queda es plasmar la inspiración sobre la base del lenguaje. Extraer de las palabras todo, elegirlas según conveniencias de verdad y belleza, conceptos hace tiempo amigados. También pueden elegirse por jerarquía, por reputación, tramando con ellas una costosa tela. Dentro de esta elección puede estar el barroco y neo-barroco, al que Borges tildaba de pedante, de alardear con el lenguaje, pero esa es otra discusión.
Hay autores que jugaron con la sonoridad haciendo que las palabras se transformasen por ritmo y por color en un río, por ejemplo, el poeta argentino Juan L. Ortiz, podía adentrarse en la anécdota, podía expresar sus sentimientos, pero lo primero era el lenguaje, palabras limadas, adjetivos en cantidad pero elegidos. Una música propia que no nos remitía a la retórica:
“Regresaba--¿Era yo el que regresaba?--
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”
domingo, 5 de agosto de 2007
Niños de hielo
sábado, 4 de agosto de 2007
Diario de escritor
¿Deja el escritor su oficio cuando escribe su diario? sería una división ficticia, la escritura ya está instalada. Ya sea la enumeración de lugares para ir a comer de Susan Sontang, la antipatía que tuviese Sylvia Plath con su madre, las recaídas de John Chever en el alcoholismo o sus declaraciones de homosexualidad.
La riqueza de los diarios de los escritores es infinita porque descienden a las tribulaciones de la vida cotidiana de cualquier mortal, pero no está ausente su historia de ese día con el oficio y si no hablan de literatura expresan esos sufrimientos eternos (la lucha para conseguir dinero, criar a los hijos, aceptar una sexualidad diferente, la enfermedad o la sensación de sentirse solo en medio de una familia).
El escritor es uno más, cercado por las alegrías y angustias de la vida, adentrarse en esos diarios es ver fragmentos de la propia escritos con virtuosismo y teñidos de dudas planteadas visceralmente. Se entiende que en algunos casos el autor pida que los diarios no sean publicados hasta después de su muerte. Es imposible escribir un diario honesto sin herir a alguien, generalmente a los más cercanos.
No hay tonos grises en estos diarios, algo presente son las dudas sobre la propia creación y la lucha por instalarla en un lugar público. En Chever el debate entre sus intensos deseos, que no hubieran sido “bien vistos” en la sociedad de la época y la necesidad de llevar una vida normal, burguesa junto con otra, transgresora y llenándolo de culpas. En Plath el debate estaba entre ser buena escritora y buena madre, la ira que se desataba cuando comprobó que era mucho más fácil para su marido Ted, conciliar los dos mundos. Sontag en sus diarios mezcla de nuevo su vida privada con la pública, sus amores nuevos, sus descubrimientos de las ciudades y de la gente; su intimidad siempre ligada a su obra y al amor, a la sexualidad y a la vida intelectual. Temores y sueños puestos en cuadernos escolares.