Los poetas se debaten entre por lo menos, dos posiblidades: contar los acontecimientos (con lo que no coincidía Drummon de Andrade) algo fomentado magistralmente por la poesía norteamericana; expresar los sentimientos (elijan el ejemplo, hay muchos). Lo que queda es plasmar la inspiración sobre la base del lenguaje. Extraer de las palabras todo, elegirlas según conveniencias de verdad y belleza, conceptos hace tiempo amigados. También pueden elegirse por jerarquía, por reputación, tramando con ellas una costosa tela. Dentro de esta elección puede estar el barroco y neo-barroco, al que Borges tildaba de pedante, de alardear con el lenguaje, pero esa es otra discusión.
Hay autores que jugaron con la sonoridad haciendo que las palabras se transformasen por ritmo y por color en un río, por ejemplo, el poeta argentino Juan L. Ortiz, podía adentrarse en la anécdota, podía expresar sus sentimientos, pero lo primero era el lenguaje, palabras limadas, adjetivos en cantidad pero elegidos. Una música propia que no nos remitía a la retórica:
“Regresaba--¿Era yo el que regresaba?--
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”
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