sábado, 4 de agosto de 2007

Diario de escritor


¿Deja el escritor su oficio cuando escribe su diario? sería una división ficticia, la escritura ya está instalada. Ya sea la enumeración de lugares para ir a comer de Susan Sontang, la antipatía que tuviese Sylvia Plath con su madre, las recaídas de John Chever en el alcoholismo o sus declaraciones de homosexualidad.

La riqueza de los diarios de los escritores es infinita porque descienden a las tribulaciones de la vida cotidiana de cualquier mortal, pero no está ausente su historia de ese día con el oficio y si no hablan de literatura expresan esos sufrimientos eternos (la lucha para conseguir dinero, criar a los hijos, aceptar una sexualidad diferente, la enfermedad o la sensación de sentirse solo en medio de una familia).

El escritor es uno más, cercado por las alegrías y angustias de la vida, adentrarse en esos diarios es ver fragmentos de la propia escritos con virtuosismo y teñidos de dudas planteadas visceralmente. Se entiende que en algunos casos el autor pida que los diarios no sean publicados hasta después de su muerte. Es imposible escribir un diario honesto sin herir a alguien, generalmente a los más cercanos.

No hay tonos grises en estos diarios, algo presente son las dudas sobre la propia creación y la lucha por instalarla en un lugar público. En Chever el debate entre sus intensos deseos, que no hubieran sido “bien vistos” en la sociedad de la época y la necesidad de llevar una vida normal, burguesa junto con otra, transgresora y llenándolo de culpas. En Plath el debate estaba entre ser buena escritora y buena madre, la ira que se desataba cuando comprobó que era mucho más fácil para su marido Ted, conciliar los dos mundos. Sontag en sus diarios mezcla de nuevo su vida privada con la pública, sus amores nuevos, sus descubrimientos de las ciudades y de la gente; su intimidad siempre ligada a su obra y al amor, a la sexualidad y a la vida intelectual. Temores y sueños puestos en cuadernos escolares.

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