Sacamos las telarañas casi con pena,
a esa hora entraba el sol a pleno y parecía calcinar
esos capullos tenebrosos
me había acostumbrado a sus delgadas brutalidades
así como a las tuyas, mientras contabas lo feliz que habías sido con tu padre
y por tus ojos pasaban viajes al campo, exquisitos vestidos y la casa de fin de semana donde reposabas al sol sin nada que hacer,
estar sometida a estas tareas domésticas te indignaba
y también el vivir en una casa de pobres, con vecinos pobres que no estaban a la altura de las circunstancias,
ni tampoco tu marido, que era precisamente mi padre.
Así nos librábamos de las telarañas y de mi padre
sacando su pieza de valor, que lució como una cicatriz en mis manos.
domingo, 15 de julio de 2007
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