La necesidad de interrumpir la rutina (el hábito) es tan fuerte que aún disfrutamos de los acontecimientos más terribles que nos liberen de aquella prisión. La lucha contra una enfermedad, la muerte súbita de alguien, no tan cercano que nos devaste; pero incluso en esos casos, al principio experimentamos una suerte de adrenalina, algo así como la mejoría antes de la muerte (el dolor y la ausencia vienen tiempo después). El hábito es el lastre que encadena a un perro a su vómito, dice Beckett. Proust habla de la vida como de una sucesión de paraisos denegados. A eso llamaríamos melancolía, la tristeza por el objeto perdido. Los góticos para implantar otro orden, implantan éste que por cierto liga más a la muerte que a la vida; pero tiene la intensidad de lo negro, lo imposible, lo que se romperá por la pendiente.
miércoles, 25 de julio de 2007
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